Mezcla en un bol grande el agua con la levadura de panadería y el azúcar.

Agrega la sal, 3 cucharadas del aceite y la harina poco a poco, sin dejar de remover, hasta conseguir una masa densa y pegajosa. Amásalo a mano unos 5 minutos en el propio bol hasta que la masa esté muy elástica y no se rompa.

Tapa el bol con film transparente o con un trapito y déjalo reposar en un lugar cálido hasta que doble su tamaño.

Espolvorea harina sobre una superficie de trabajo grande y sobre la masa. Sácala y amásala 2-3 minutos, hasta que esté homogénea y trabajable. Procura no añadir mucha harina.

Espolvorea harina de nuevo y estira la masa con el rodillo para formar un rectángulo de masa grande y muy fino (el mío mide aproximadamente 45x60cm).

Extiende por toda la superficie 3 cucharadas de aceite de oliva con la mano, procurando llegar a los bordes.

Espolvorea la mitad la cebolla de primavera picada (media taza) en la mitad de la masa y dóblala cubriendo la mitad con cebolla.

Espolvorea la mitad de lo que queda de cebolla sobre la mitad de la masa y vuelve a doblarla a lo largo.

Espolvorea el resto en toda la masa y dóblala a lo ancho.

Espolvorea con harina toda la superficie y estira la masa con el rodillo hasta que tenga un grosor aproximado de 5 mm.

Corta las galletas y colócalas en bandejas de horno con papel para hornear.

Déjalo reposar hasta que crezca 1,5 veces el volumen que tenían.

Precalienta el horno a 190ºC.

Espolvorea sal sobre las galletas y hornéalas 22-25 minutos, hasta que estén hechas, doradas y crujientes.

Sácalas y déjalas enfriar sobre una rejilla.